Rojo, amarillo, colores que brillan en mi corazón
y no pido perdón.
Marta Sánchez
Esta mañana, alrededor de las 7 horas, y sin motivo aparente, los
habitantes del Estado Español han empezado a suicidarse.
Una de las primeras ha sido la escritora Belén Esteban, que a la
sazón se encontraba en un plató de Telecirco, junto a Ana Rosa
Quintana.
La madre coraje se ha inmolado al grito de ¡Andrea libre!, dejando
el suelo perdido de un polvillo blanco, como de fluorescente abatido.
A continuación, la propia Ana Rosa se ha machacado la cabeza,
golpeándola, ante las cámaras, con uno de sus más recientes éxitos
literarios.
Centenares de toreros se han arrojado de espontáneos en las pruebas
clasificatorias de lanzamiento de jabalina, dándose el estoque de
gracia, unos a otros, cuando no morían en el acto.
Bárcenas ha depositado en Correos decenas de cartas bomba dirigidas
a diferentes casos aislados y horas después, recreándose desde su
terraza con los fuegos artificiales, ha invitado a su mujer a brindar
con champán envenenado.
Aznar y la alegre comitiva que acudiera a la boda de su hija se han
sumergido en el depósito de aguas fecales de la comunidad madrileña
y se han suicidado reteniendo la respiración, a lo Diógenes.
Importantes directivos se han encerrado en las cámaras acorazadas de
los grandes bancos y se han dejado asfixiar por los gases de sus
Audis.
Representantes de los sindicatos mayoritarios y de la patronal se han
reunido en una marisquería y atiborrado hasta explotar. El suelo
parecía el estómago diseccionado de un tiburón.
Los presentadores de Master Chef se han asestado más de cien
puñaladas con un cuchillo jamonero antes de expirar, mientras un
fundido en negro se cernía sobre el aclamado «León
come Gamba».
Los entrevistados de TV3 contrarios a las huelgas de metro se
arrojaban a su paso: las paredes aparecían cubiertas de
sanguinolentos grafitis...
(El incidente, fragmento. José Icaria. El poema, ya enunciado en recitales, aparecerá muy pronto en un nuevo poemario)
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