La Jornada
Entre
todos los horrores desplegados en la más reciente ofensiva israelí en
Gaza, el objetivo de Tel Aviv es simple: volver, a la chita callando, a
la norma.
En Cisjordania, la norma es que Israel continúe su
construcción ilegal de colonias e infraestructura para poder integrar a
su territorio cualquier cosa que pueda ser de valor, mientras confina a
los palestinos en cantones inviables y los sujeta a represión y
violencia.
En Gaza, la norma es una existencia miserable bajo un
sitio cruel y destructivo, que Israel administra para permitir apenas la
subsistencia, pero nada más.
La más reciente escalada israelí
fue disparada por el brutal asesinato de tres muchachos de una comunidad
de colonos en Cisjordania ocupada. Un mes antes, dos chicos palestinos
fueron muertos a tiros en la ciudad de Ramalá, en esa misma zona. Ese
hecho despertó poca atención, lo cual es entendible, puesto que es
rutina.
“El desdén institucionalizado por la vida de los
palestinos en Cisjordania explica no sólo por qué recurren a la
violencia –escribe Mouin Rabbani, analista de Medio Oriente–, sino
también el más reciente ataque israelí a la franja de Gaza.”
En
una entrevista, el defensor de derechos humanos Raji Sourani, que ha
permanecido en Gaza durante los años de brutalidad y terror israelí,
señaló: “La frase que con más frecuencia escuchaba cuando la gente
empezaba a hablar de un cese el fuego era: ‘todos dicen que es mejor
para nosotros morir y no regresar a la situación que teníamos antes de
esta guerra. No queremos eso de nuevo. No tenemos dignidad ni orgullo;
sólo somos blancos fáciles, y muy baratos. Si la situación no mejora en
verdad, es mejor morir’. Hablo de intelectuales, académicos, personas
comunes y corrientes. Todos lo dicen”.
En enero de 2006, los
palestinos cometieron un crimen grave: votaron por quien no debían en
una elección libre cuidadosamente vigilada, y entregaron el control del
parlamento a Hamas.
Los medios proclaman constantemente que Hamas
está dedicado a la destrucción de Israel. En realidad, los líderes de
Hamas han dejado en claro en repetidas ocasiones que aceptarían una
solución de dos estados, de conformidad con el consenso internacional
que ha sido bloqueado por Estados Unidos e Israel durante 40 años.
En contraste, Israel, fuera de unas cuantas palabras vanas, está
dedicado a la destrucción de Palestina, y se aplica en ese cometido.
El crimen de los palestinos en enero de 2006 fue castigado de
inmediato. Estados Unidos e Israel, con la vergonzosa adhesión de
Europa, impusieron severas sanciones a la población errante e Israel
incrementó su violencia.
Rápidamente, Estados Unidos e Israel
empezaron planes para un golpe militar que derrocara al gobierno electo.
Cuando Hamas tuvo el descaro de revelar los planes, los ataques
israelíes y el sitio se volvieron mucho más severos.
No debería
haber necesidad de revisar el deplorable historial de lo ocurrido desde
entonces. El sitio implacable y los salvajes ataques son acentuados por
episodios de cortar el césped, para tomar prestada la alegre expresión
con que designa Israel sus periódicos ejercicios de tirotear a los peces
en el estanque como parte de lo que llama guerra de defensa.
Una
vez que cortan el césped y los desesperados pobladores buscan
reconstruir algo después de la devastación y los asesinatos, se acuerda
un cese del fuego. El más reciente se estableció después del asalto
israelí de octubre de 2012, llamada operación Pilar de Defensa.
Aunque Israel mantuvo el sitio, Hamas observó la tregua, como concede
Tel Aviv. Las cosas cambiaron en abril de este año, cuando Fatah y Hamas
forjaron un acuerdo de unidad que instauró un nuevo gobierno de
tecnócratas, sin afiliación a ninguno de los dos partidos. Naturalmente,
Israel estaba furioso, y más aún cuando hasta el gobierno de Obama se
unió a Occidente en indicar aprobación. El acuerdo de unidad no sólo
socava la aseveración de Israel de que no puede negociar con una
Palestina dividida, sino también amenaza el objetivo de largo plazo de
separar Gaza de Cisjordania y proseguir sus políticas destructivas en
ambas regiones.
Algo tenía que hacerse, y la ocasión se presentó
el 12 de junio, cuando los tres jóvenes israelíes fueron asesinados en
Cisjordania. En un principio el gobierno de Netanyahu sabía que estaban
muertos, pero fingió que lo ignoraba, lo cual dio la oportunidad de
lanzar una incursión en Cisjordania, con Hamas por objetivo.
El primer ministro Benjamin Netanyahu afirmó tener cierto conocimiento de que Hamas era el culpable. También resultó mentira.
Una de las principales autoridades sobre Hamas, Shlomi Eldar, informó
casi de inmediato que muy probablemente los asesinos procedían de un
clan disidente de Hebrón que desde hace mucho tiempo ha sido una espina
en el costado de Hamas. Eldar añadió: Estoy seguro de que no recibieron
luz verde de la dirigencia de Hamas; sólo les pareció que era momento de
actuar.
Sin embargo, la escalada de 18 días después del
secuestro logró minar el temido gobierno de unidad, e incrementó
drásticamente la represión israelí. Israel también llevó a cabo docenas
de ataques en Gaza, y el 7 de julio dio muerte a cinco miembros de
Hamas.
Al final Hamas reaccionó disparando sus primeros cohetes
en 19 meses, lo cual dio pretexto a Israel para lanzar su operación
Borde Protector el 8 de julio.
Al 31 de julio se había dado
muerte a unos mil 400 palestinos, en su mayoría civiles, entre ellos
cientos de mujeres y niños. Y a tres civiles israelíes. Grandes áreas de
Gaza habían quedado reducidas a escombros. Cuatro hospitales habían
sido atacados; cada ataque fue un crimen de guerra más.
Funcionarios israelíes exaltan la humanidad del que llaman el ejército
más ético del mundo, que informa a los habitantes de que sus hogares
serán bombardeados, práctica que es sadismo disfrazado santurronamente
de piedad, en palabras de la periodista israelí Amira Hass: Un mensaje
grabado demanda a cientos de miles de personas que dejen sus hogares ya
elegidos como blancos, por otro lugar igualmente peligroso ubicado a 10
kilómetros de distancia.
De hecho, no hay lugar en la prisión de
Gaza que esté a buen resguardo del sadismo israelí, que puede incluso
exceder los terribles crímenes de la operación Plomo Fundido de 2008-09.
Las terribles revelaciones suscitaron la reacción acostumbrada del
presidente más moral del mundo, Barack Obama: gran simpatía por los
israelíes, acerba condena de Hamas y llamados a la moderación a ambas
partes.
Cuando los ataques actuales se detengan, Israel espera
quedar libre para continuar sin interferencia sus políticas criminales
en los territorios ocupados, con el apoyo estadunidense que ha
disfrutado en el pasado. Y los pobladores de Gaza quedarán en libertad
de regresar a la norma en su prisión gobernada por Israel, en tanto en
Cisjordania los palestinos podrán observar en paz cómo Israel desmantela
lo que quede de sus posesiones.
Tal es el desenlace probable si
Estados Unidos mantiene su apoyo decisivo y virtualmente unilateral a
los crímenes israelíes y su rechazo al consenso internacional que desde
hace tanto tiempo existe en torno a un acuerdo diplomático.
Pero
el futuro sería muy distinto si Washington retirara ese apoyo. En ese
caso sería posible avanzar hacia la solución duradera en Gaza a la que
ha convocado el secretario de Estado John Kerry, la cual ha suscitado
condena histérica en Israel porque la frase podría interpretarse como un
llamado a poner fin al sitio y a los ataques constantes israelíes. Y
–horror de horrores– la frase podría incluso interpretarse como un
exhorto a aplicar el derecho internacional en el resto de los
territorios ocupados.
Hace 40 años Israel tomó la fatídica
decisión de elegir la expansión sobre la seguridad, rechazando un
tratado total de paz ofrecido por Egipto a cambio de la evacuación del
Sinaí egipcio ocupado, donde Israel emprendía proyectos intensivos de
colonización y desarrollo. Desde entonces Tel Aviv se ha adherido a esa
política.
Si Estados Unidos decidiera unirse al mundo, el impacto
sería grande. Una y otra vez Israel ha abandonado planes anhelados si
Washington se lo demanda. Así son las relaciones de poder entre los dos
gobiernos.
¿Podría cambiar la política estadunidense? No es
imposible. La opinión pública ha tenido un giro considerable en años
recientes, en particular entre los jóvenes, y no puede ignorarse por
completo.
Durante algunos años ha habido buen fundamento para las
demandas públicas de que Washington observe sus propias leyes y reduzca
la ayuda militar a Israel. La ley estadunidense estipula que no se
puede brindar asistencia en seguridad a ningún país cuyo gobierno siga
una pauta consistente de graves violaciones de los derechos humanos
reconocidos internacionalmente.
Israel, sin duda, es culpable de
esa pauta consistente, y lo ha sido por muchos años. El senador Patrick
Leahy, de Vermont, autor de esa disposición legal, ha mencionado su
aplicabilidad potencial a Israel en casos específicos, y con un bien
dirigido esfuerzo educativo, de organización y de activismo, es posible
impulsar con éxito tales iniciativas.
Eso podría tener un impacto
muy significativo por sí mismo, y a la vez daría una plataforma para
acciones ulteriores con el fin de obligar a Washington a volverse parte
de la comunidad internacional y observar las normas del derecho
internacional.
Nada podría ser más significativo para las trágicas víctimas de tantos años de violencia y represión en Palestina.
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