Cuento


Y ahora, ¿quién es el nominado?
 


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Billetes sangrantes
03-06-2011


    Muchos habrán accedido a este blog a través de la fulgurante mediación del metódico buscador: una descripción más o menos atinada –tecleadas las primeras sílabas, nuestro excelente posicionamiento se ocupa del resto-, como ejemplo: billetes sangrantes o ensangrentados, sangre, o simplemente, dinero, les habrá conducido hasta aquí, prácticamente sin escalas. Así es internet, la tecnología, el mundo instantáneo y fugaz en el cual nos ha tocado vivir, y al cual, nos guste o no, hemos de intentar adaptarnos, por difícil o doloroso que, a menudo, resulte. Mi nombre –no el auténtico, por supuesto- es Matías Robson, y soy uno de los miembros con mayor experiencia del CSI Español, todavía en el servicio activo. Me permito recordar que en la pestaña adecuada (“CSI, mito y realidad”), se puede encontrar toda la información necesaria para situar a esta institución en su contexto, no siempre acorde, por cierto, con las fílmicas veleidades de la serie.
     Aclaradas estas cuestiones, me dispongo a abordar directamente el tema, para lo cual, realizaré primero una breve exposición de los hechos (me permito recordar que en el anexo hay abundante documentación gráfica, así como vídeos, entrevistas e información adicional), pasando después a detallar el resultado de las pruebas hasta ahora realizadas. Para no defraudar expectativas, avanzo desde este mismo momento que todas las líneas de investigación están actualmente atascadas, y no prosperan mucho más allá de la perplejidad inicial por todos compartida. Con todo, permaneceremos atentos a las noticias que se produzcan (en cualquier parte del mundo), y expondremos y someteremos a examen las investigaciones, declaraciones o reflexiones que desde aquí, o cualesquiera otras fuentes autorizadas se emitan, con la celeridad, pero también con la cautela y el rigor científico que siempre nos ha caracterizado (no deberíamos ceder al pánico, a pesar de la gravedad de los hechos: que no podamos explicarlos todavía no quiere decir que sean inexplicables). Pero iniciemos ya la exposición.

     Digamos que todo empezaba hacia finales de mayo del presente año, esto es, del 2011. Se suele aceptar como punto de partida el día 30, en que el movimiento del 15-m, o de los Indignados, como se conoce ya en todo el mundo, había convocado –de forma un tanto ingenua, o simbólica, en sus propias palabras- un primer ataque organizado y no violento, que consistía en la retirada masiva de capital de las entidades bancarias: 155 euros por persona. La cifra, evidentemente, recordaba la fecha de su proclamación. Cabe señalar que ese punto de partida es en gran parte arbitrario, puesto que, en primer lugar, los primeros casos documentados no se registran, como mínimo, hasta pasados quince días después, es decir, hacia mediados de junio; y, en segundo lugar, no se ha demostrado hasta ahora la vinculación de este movimiento -ni de ningún otro, por cierto- con el inquietante fenómeno que aquí nos ocupa. De hecho, lo único que se ha demostrado es la absoluta desconexión con cualquier movimiento u organización ciudadana o militar, pacifista o terrorista, de extrema derecha o izquierda, islamista, protestante, hebrea, cristiana… Aunque, desde luego, no entristezca demasiado a algunos de ellos…
     Es cierto que los primeros billetes ensangrentados aparecieron en España, y es cierto también que unos días antes se había abierto una página en facebook –sus creadores advertían de que ésta es una propuesta personal, no ha sido votada ni propuesta en las asambleas del movimiento, refiriéndose, claro está, al movimiento del 15-M, o Democracia  Real Ya, al que antes aludíamos- bajo el título de “Expresa tu indignación en los billetes”, que llevó a acusar (desde diferentes partidos políticos y medios de comunicación) a numerosos colectivos y asambleas de jóvenes y ciudadanos, de estar ensuciando deliberadamente los billetes con mercrominas, pinturas y todo tipo de tintes que simulaban manchas o salpicaduras de sangre, en alusión a “la posible relación que algunos de estos colectivos establecen, a menudo, entre el dinero y el crimen, la droga y la prostitución, las armas, etc.”, o bien “al contraste entre las cantidades de dinero que, según la OMS, se necesitaban para acabar con el hambre en el mundo, y el que se había concedido –a fondo perdido, en la mayoría de los casos- para salvar a los bancos, lo cual era tildado, en algunos de estos ambientes, de “criminal”, sin ningún tipo de ambages”, o desde luego, “a la forma en que las bolsas decidían, a través de movimientos especulativos, el simétrico reparto de hambre y beneficios en puntos relativamente distantes del mundo”, sin olvidar la estrecha relación entre los poderes político y económico, así como la nefasta influencia y actividad de farmacéuticas, fabricantes de transgénicos, compañías petrolíferas, centrales nucleares, lobbys, corporaciones transnacionales…
      En efecto, el pánico se había desatado (especialmente en ciertos sectores de la población) y la ira, mezclada con una cierta sensación de culpabilidad -a menudo flanqueada por expresiones como: “al menos, eso es lo que creo que deben pensar”, o “sin duda, han sido seducidos por comunistas, que los manipulan constantemente a través de las redes sociales”- aderezaban el inevitable desconcierto con dosis crecientes de tensión y agresividad. La hemorragia (si se me permite la expresión) se extendía rápidamente: primero, recordaba a ese mapa de google que escenifica la corrupción política en España, pero pronto se parecía más bien  a la suma de éste y aquellos puntos de la geografía más castigados por la especulación urbanística e inmobiliaria. Se sumaron después los despachos de algunos de los ejecutivos mejor pagados de entre las grandes multinacionales españolas. Los bancos (primero el Santander y el BBVA, después el resto), las cajas, Repsol (con litigios abiertos en toda América Latina por su actividad ilícita y criminal), y el resto de compañías privatizadas en los últimos años, las sedes de los partidos políticos y de los sindicatos mayoritarios, la ceoe, la Moncloa, la Zarzuela, eran una inmensa balsa de sangre, de la cual no cesaban de manar ríos que fluían en todas direcciones, con un caudal denso y borboteante, que parecía beber en las inagotables fuentes de los crímenes capitalistas, cuyo origen se remontaba inexcusablemente al genocidio de los indios en América Latina.
     Debo señalar que esta página ha sufrido frecuentes ataques, y a menudo se introducen hackers que transforman parte del contenido de mi discurso, dejando intacto el resto, por lo que, desgraciadamente, no puedo hacerme responsable de mis palabras, al menos de las que aquí aparezcan publicadas en todo momento. Cualquier aclaración podrá ser solicitada a través de mi dirección electrónica: billetessangrantes[arroba]csi.es. Intercalo la explicación justo en este punto porque he observado una recurrente infección empeñada en manifestar una muy particular y controvertida interpretación de la conquista y colonización americanas, y aprovecho, asimismo, para advertir de posibles injerencias en otros puntos del discurso, quizá menos evidentes: permanezca atento, pues, el lector a esas interpretaciones sesgadas, a esas informaciones inequívocamente propagandísticas.
     Continuando con la narración de los hechos, diré lo que probablemente ya todos saben: la propagación de una hemorragia que no cesa, o coagula, desde diferentes lugares del mundo, centrada especialmente en países como Estados Unidos (el pentágono y la bolsa eran este mediodía auténticos géiseres, y también manaba sangre de las extracciones petrolíferas de sus grandes compañías, así como también en las cadenas de montaje de sus principales industrias armamentísticas), Alemania, Holanda, Inglaterra, Francia, Japón, los países nórdicos, Australia, Nueva Zelanda, Grecia, Italia, Portugal, Irlanda,… La presa de Las Tres Gargantas reventaba hace dos días (las pantallas de todo el mundo emitían en directo el desastre, sobrecogidas por la rotundidad de las imágenes), incapaz de sostener por más tiempo el sangrante jugo de la desigualdad. En la India, en Brasil, los grandes ríos se desbordaban y arrastraban hacia el mar toda una inmundicia, largamente acumulada en manos de unos pocos. Las oligarquías, la burguesía, el ejército, las mafias organizadas en todos esos países condenados por el expolio y la deuda externa, donde no cesa de manar la sangre, y su rastro conduce, invariablemente, a un osario colosal que comunica subterráneamente los suelos de todas esas naciones…
     Tal vez resulte duro, para un investigador que ha consagrado su vida a localizar y perseguir el crimen -siempre desde la legalidad más exhaustiva-, admitir que esa legalidad estaba absolutamente viciada, o profusamente entreverada con las mismas fuentes del  crimen, o que una criminalidad tan extensa e institucionalizada (no cabe ya definirla de otro modo), tan hecha a fingirse digna y circunspecta, tan henchida, en suma, de miedo y de violencia, era la que albergaba y nutría todo ese modelo de injusticia y corrupción. La evidencia de los hechos me lleva a reconocer que ahora, es posible descubrir el crimen e identificar a los autores siguiendo simplemente el rastro de la sangre, porque los cauces del dinero y los de la sangre son exactamente los mismos. no me corresponde pues, como científico, establecer ningún tipo de elucubración política, estética, ética o teleológica sobre los fundamentos  o la etiología del fenómeno estudiado, sino meramente aguardar a que sus porqués nos sean mostrados, o revelados: como decía Heráclito, a la naturaleza le gusta ocultarse.

                                                                                 Matías Robson, 30 de junio de 2011

     En el siguiente enlace, y para todos aquellos amantes de la investigación y el método científico, se muestran las distintas pruebas que se han realizado a fajos de billetes nuevos y usados, provenientes de los lugares del mundo más estigmatizados por la sangría. Como puede verse en numerosos vídeos (tanto de expertos como de aficionados), los billetes adquieren una textura similar a la carne, y de repente, la sangre empieza a manar desde alguna rugosidad, que pasa a adquirir la apariencia de una herida: primero levemente, y después de forma más y más copiosa, según el valor del mismo billete. Sigue sin haberse demostrado ningún tipo de causalidad, humana o no. Todos los indicios apuntan a que los billetes sangran espontáneamente


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Billetes ensangrentados apareció publicado en Rojo y Negro por José Icaria, y se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.
Basada en una obra en joseicaria.blogspot.com.



Estación Final (el metro que no se detenía)
14-04-2011

Sorda, monótonamente, los usuarios recorrían los pasillos de la estación subterránea (las miradas rehuían deliberadamente el contacto) y, arrullados por las sedantes melodías del hilo musical, entraban en silencio y se acomodaban en los asientos, desplegaban el periódico o extraían un voluminoso libro del bolso; otros (aquellos que iban a permanecer de pie), se apiñaban hasta ocupar la mayor parte de la superficie útil del vagón, cuando éste se ponía ya en movimiento, después de realizar el pitido de rigor: un pequeño vaivén inicial molestaba apenas un instante.

     Había sentido –mientras se abrían las puertas- una punzada en la nuca: como si, desde algún lado, lo estuvieran observando; una especie de ultrasónica llamada perdida, invitándole a no entrar, que naturalmente había desobedecido, como, por otro lado, hacemos el noventa por ciento de las veces.

     Así que, casi no se extrañó cuando el metro no se detuvo en la primera parada del trayecto: los rostros se miraron estupefactos, desde ambos lados, e intentaron fabricar explicaciones a la medida. Pero, ¿por qué nadie les informaba? La extrañeza se transformó rápidamente en indignación: una señora, cuyo vestido y comportamiento encajaban sin dificultad con un estereotipo fabricado por una de las llamadas televisiones basura, se cagó varias veces en la puta, mencionó que probablemente el conductor se había dormido y que en cuanto bajara, le iba a meter un paquete al metro que se iba a cagar. Rápidamente, toda una serie de señoras (vestidas para aparentar menos edad) y adolescentes convenientemente tatuados y tachonados se congregaba a su alrededor.

     Unos inmigrantes, vestidos con ropas de trabajo, permanecían en silencio, y sólo ocasionalmente, compartían impresiones, inclinando ligeramente la cabeza del lado del interlocutor. En los asientos de enfrente, unas guiris perfectamente rubias y sonrosadas, extraían perfumes y ropas de marca de bolsas con logotipos y dibujos de diseño. Probablemente iban todavía borrachas, y no valoraban adecuadamente la situación, o quizá habían aprendido a relativizar las deficiencias de un país cuya reputación se había precipitado tan rápidamente.

     Lo cierto es que el metro no paró en la siguiente estación, ni tampoco en ninguna otra de la línea, y los nervios cundieron entre los viajeros del vagón, que intentaban inútilmente contactar con el mundo exterior (no había wifi, ni cobertura, y los altavoces no transmitían ningún tipo de mensaje).

     Y, cuando el metro iniciaba ya la tercera vuelta al trayecto, empezaron a ver, del otro lado, un profuso despliegue de medios policiales, ambulancias, bomberos, la prensa…

     Entre tanto, se había quedado dormido, o quizá permanecía sumido en una especie de duermevela, y se había preguntado si toda la vida no había sido sino ese viaje circular y sinsentido que ahora se escenificaba en toda su crudeza, y del cual parecía no haber escapatoria. Pensó también cómo se hubiera podido construir un mundo diferente, y, cuando creía salir de un largo túnel, se encontró de repente tendido sobre la arena de una playa.

     Un nativo, sorprendido, le preguntó cómo había llegado hasta allí. “En transporte público, respondió, ¿cómo si no?”


 TMB | CONCURS DE RELATS CURTS on line de TMB | Primavera Cultural 2011

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SIN TÍTULO


María Helena Vieira da Silva, Subterráneo, 1948
   
Lenta, dolorosamente, los ojos se habitúan a la luz tras un largo lapso de oscuridad desvelada. Infinitos raíles –puntualmente entrecruzados- cicatrizan a lo largo de infinitas jornadas de marfil, y confluyen siempre  en un remoto punto del horizonte. El cielorraso, salpicado de equidistantes lámparas circulares en procesión hacia el infinito. La primera conciencia en el eco martilleante del taconeo. Bruscas retrospecciones paranoides: nerviosos, pivotan el iris en la esclerótica, la cabeza en el cuello, el cuerpo en la cintura, en las rodilla, en los tobillos. Nada, nadie. Detenerse ante la bifurcación de un ala vaticinada. Naturalmente, optar por seguirla. Puertas, ¡portazos!, rumores, gritos y susurros que estallan y cesan constantemente alrededor. Breves hologramas de retazos de rostros reverberativos. Adherirse, como una ventosa, a las frías losas, contorcer grotescamente unas facciones deformadas por la angustia, desmadejarse el pelo, ahogar un grito en la garganta, abrazarse a sí mismo, y resbalar blandamente hasta terminar dando en el suelo, transpirando, trémulo, gotas de sudor frío, impúdicamente retrotraído en postura fetal. Permanecer aletargado durante siglos. Enjugarse las lágrimas y ponerse en pie con la vista bajada. Tomar otra galería, seguir caminando…