lunes, 12 de enero de 2015

El elefante del sultán


HACE años, trabajé varias temporadas recogiendo cerezas. Como ocurría frecuentemente (en las fábricas era peor: mi interés por los anabolizantes, asteroides, coches tuneados y películas del rambo de turno era nulo), acabé intimando con los marroquíes (no así con un turco que iba de líder espiritual, de quien, por otro lado, estos se burlaban llamándole kurdo): la conversación era infinitamente más interesante, y en ellos perduraba intacta la dignidad que mira a los ojos (no sé si me explico, tampoco perderé el tiempo, a estas alturas). 
     Una vez, uno de ellos trató de explicarme, a través de una historia antigua, de dónde provenían los principales problemas que aquejaban a su pueblo. En síntesis, decía más o menos así:
“Hubo una vez un sultán (un potentado) que gobernaba con mano dura, expoliando dramáticamente a sus vasallos con intolerables sumas de tributos. Para colmo de males, el sultán (o potentado), tenía una elefante al que dejaba libremente atravesar, revolcarse o ramonear en los límites de su feudo, destrozando una y otra vez los maltrechos cultivos.
     “Con el tiempo -nadie osaba alzar la voz por temor a represalias-, y después de sucesivas reuniones secretas, se erigió un líder que llevaría al pueblo en masa ante una audiencia con el sultán, para tratar un tema de máxima urgencia.
     “-Y, ¿de qué queréis hablar? -bramó el sultán desde su trono, mientras depositaba la copa de oro y diamantes de la que acababa de dar un trago. (Estandartes, guardia real, conos de sombra bajo los arcos, silencio sólo interrumpido por los caños de agua de la fuente, azulejos, mampostería, caligrafía árabe).
     “-¡Señor !-comenzó el líder, con tono firme-: se trata de... ¡su elefante!
     “-¿Mi elefante? ¡¿Qué pasa con mi elefante?! -clamó el sultán, medio incorporado en su trono (la guardia tensó su posición, en espera de una orden).
     “-Señor, su elefante... -siguió el líder. Extrañado por el creciente silencio se giró y contempló estupefacto que se encontraba sólo frente al sultán-. Señor... -dijo al fin, tragando saliva- creemos que su elefante podría encontrarse solo, y habíamos pensado que quizá sería una buena idea hacerle traer una elefanta, para que se sienta más feliz...”

En efecto, no somos tan diferentes, pensé.




Licencia Creative CommonsEl elefante del sultán por José Icaria se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial 4.0 Internacional.



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