HACE años, trabajé varias temporadas recogiendo cerezas. Como ocurría
frecuentemente (en las fábricas era peor: mi interés por los
anabolizantes, asteroides, coches tuneados y películas del rambo de
turno era nulo), acabé intimando con los marroquíes (no así con
un turco que iba de líder espiritual, de quien, por otro lado, estos
se burlaban llamándole kurdo): la conversación era infinitamente
más interesante, y en ellos perduraba intacta la dignidad que mira
a los ojos (no sé si me explico, tampoco perderé el tiempo, a estas
alturas).
Una vez, uno de ellos trató de
explicarme, a través de una historia antigua, de dónde provenían
los principales problemas que aquejaban a su pueblo. En síntesis, decía más o menos así:
“Hubo una vez un sultán (un potentado)
que gobernaba con mano dura, expoliando dramáticamente a sus
vasallos con intolerables sumas de tributos. Para colmo de males, el
sultán (o potentado), tenía una elefante al que dejaba libremente
atravesar, revolcarse o ramonear en los límites de su feudo,
destrozando una y otra vez los maltrechos cultivos.
“Con el tiempo -nadie osaba alzar la
voz por temor a represalias-, y después de sucesivas reuniones
secretas, se erigió un líder que llevaría al pueblo en masa ante
una audiencia con el sultán, para tratar un tema de máxima
urgencia.
“-Y, ¿de qué queréis hablar? -bramó
el sultán desde su trono, mientras depositaba la copa de oro y
diamantes de la que acababa de dar un trago. (Estandartes, guardia
real, conos de sombra bajo los arcos, silencio sólo interrumpido por
los caños de agua de la fuente, azulejos, mampostería, caligrafía
árabe).
“-¡Señor !-comenzó el líder, con
tono firme-: se trata de... ¡su elefante!
“-¿Mi elefante? ¡¿Qué pasa con mi
elefante?! -clamó el sultán, medio incorporado en su trono (la
guardia tensó su posición, en espera de una orden).
“-Señor, su elefante... -siguió el
líder. Extrañado por el creciente silencio se giró y contempló
estupefacto que se encontraba sólo frente al sultán-. Señor...
-dijo al fin, tragando saliva- creemos que su elefante podría
encontrarse solo, y habíamos pensado que quizá sería una buena
idea hacerle traer una elefanta, para que se sienta más feliz...”
En efecto, no somos tan diferentes,
pensé.
El elefante del sultán por José Icaria se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial 4.0 Internacional.
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