lunes, 21 de marzo de 2016

Oh, poesía



Aprovechando que hoy es el día de la poesía y esas cosas voy a contaros una anécdota que me sucedió hace ya algún tiempo (el Padre Icaria ni siquiera existía). Un tanto temerariamente, había ofrecido a la escuela municipal de música de Martorell, donde estudiaba, incluir una muestra de poesía en el concierto anual que se iba a celebrar, aprovechando la "avinentesa de les muses". Pronto comprendí la irracionalidad de mi acto. 
 
      Llegué un cuarto de hora antes y comprobé, estupefacto, que el lugar del concierto era, en realidad, una pequeña ermita situada en el centro del pueblo. En la que, por otro lado, continuamente entraban personajes de la burguesía de Martorell: señoras ataviadas con abrigos de pieles, ancianas cargadas de joyas, señores con expresiones serias... Sopesé la posibilidad de salir corriendo. No es mi estilo, me dije. 
 
      Recompuse mentalmente la presentación y entré en el lugar. Yo empezaba. Pronuncié las primeras palabras en medio de un silencio gélido, y ataqué los primeros versos. Mi poesía sonaba de un modo terriblemente impío, entre aquellos muros que amplificaban deliciosamente cada una de mis sílabas. Ninguno de los poemas iban dirigidos directamente contra la Iglesia, pero, me daba cuenta, nuestro vocabulario está plagado de su influencia. Levantaba los ojos del papel y veía a las ancianas santiguarse sin parar. Me dije, de perdidos al río, y, antes de recitar mi poema dedicado a "la poesía", retrocedí unos pasos hasta ocupar el lugar exacto del púlpito. Y entonces comencé:
 
Oh, poesía, yo te amaré
en la pobreza y en la miseria,
en la salud y en la enfermedad...
      Mi voz sonaba ya perfectamente liberada y las ondas rebotaban en las paredes como pelotas de goma, y se introducían en aquellos castos oídos, cuyas caras me miraban con una increíble expresión de horror. 

Sí, yo te amaré. Te amaré.
Aunque el mundo se oponga a nuestro amor,
yo te amaré...

      Moltes gràcies, dije, para terminar. Y entonces se hizo uno de esos prodigiosos silencios indiferentes al tiempo, y, como en la arquetípica escena, alguien empezó a aplaudir, primero tímidamente, después de modo más animado, mientras el público se iba sumando. Y, os lo aseguro, pasaron un largo rato (o al menos, así me lo pareció), aplaudiendo. Creo que voy a recordar siempre esa ovación...
 
      Apareció el primero de los músicos: era un tipo de mi edad, después irían los niños. Templó la guitarra y dijo: 
 
      - A continuació, interpretaré una pregària. Serà una peça musical. No un poema -dijo, conteniendo aparentemente su enfado, y empezó a pulsar las cuerdas.
 

 
 
 

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