EL POETA, EN EL DÌA DEL LIBRO
El poeta, como Jesucristo en el templo
de los mercaderes, irrumpió
entre las paradas de los libros:
cubrió a todos de improperios, arrojó al suelo
los libros. "Habéis profanado el verbo
y los signos, ¡el sagrado oleaje del ritmo!,
a cambio de unas monedas y un automasaje
de ego con final feliz. ¡Largaos de aquí,
ratas! Nunca la poesía se destilará
en vuestras fétidas palabras!, concluyó,
dando a un libro un puntapié.
"Con afecto para...", decía la dedicatoria
inconclusa. "Déjalo", le dijo uno a otro,
"para nosotros, está ya más que crucificado"...
Ecce Iccaria
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