jueves, 10 de noviembre de 2016

La literatura, la vida




Cuando iba bachillerato ya escribía cuentos y me gustaba leerlos a mis compañeros, en clase. Pedía permiso al profesor, o a la profesora, diez minutos antes de empezar, o al terminar la clase, si era enrollado. Si no era enrollado, montaba una performance, como cuando, ayudado por algunos amigos, sustituimos el wáter del lavabo en obras, por el asiento de una ridícula profesora, plagada de tics. Añadimos también la cisterna (no recuerdo ni cómo la sostuvimos). Escenificó un grotesco enfado y, mientras se dirigía al despacho del director, “Sentaos”, dije a mis compañeros, “voy a leeros un cuento”. Y todos se sentaron, guardaron silencio y les leí mi cuento (una de aquellas historias surrealistas, completamente delirantes, a menudo casi “gores” que escribía). Cuando terminé, mis compañeros me obsequiaron con un prolongado –al menos a mí me lo pareció– aplauso, y nadie hacía caso a la minúscula profesora que, desolada, suplicaba que desmontáramos el aseo y repusiéramos su asiento.
     Para mí el arte ha estado siempre profundamente imbricado con la vida. Si he subido a los escenarios ha sido para intentar emular las sensaciones que la vida me ha proporcionado. Y escribir, ah amigos, escribir es caminar sobre las aguas…

+José Icaria

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