Esta mañana Barcelona se despertaba sobresaltada: la carpa metálica que
se había alzado sobre Plaza Catalunya con el objetivo de albergar una pista de
hielo (iniciativa impulsada por los comerciantes de la Fundación Barcelona
Comerç, cuya instalación costará 700.000 euros , de los que el Ajuntament no
deberá poner "ni un céntimo", según el alcalde de Barcelona, Xavier
Trias), había desaparecido.
Al
parecer, un grupo de chatarreros rumanos aparcaba sus vehículos en las inmediaciones de la
plaza hacia las 4:30 horas. Media hora antes los vigilantes habían sido neutralizados por dos bellas zíngaras que se
habían aproximado hacia ellos sosteniendo unos patines de cuchillas: “hola,
guapo, ¿me ayudas a ponérmelos?”, había dicho una de ellas, mientras apoyaba el
pie sobre un palet, para que pudiesen contemplar la bella arquitectura de sus
piernas de bailarina, pues ambas llevaban las faldillas y el traje de gala del
equipo olímpico de patinaje artístico de su país.
Una
vez neutralizados, desembarcó el pelotón, y rápidamente se puso
manos a la obra. Todo se ejecutaba conforme a un plan: cada uno de ellos conocía
exactamente lo que había de hacer, y el momento en que había de hacerlo; la
coordinación y la habilidad del grupo y de cada uno de sus integrantes pronto se pusieron de
manifiesto. La maquinaria cedía pronto a sus manejos, y se ponía al instante a
sus órdenes; las herramientas volaban hacia sus manos y extraían en el acto
tuercas y tornillos, que saltaban en todas direcciones y tintineaban
incesantemente sobre las baldosas de la plaza.
Con la organizada disciplina de un hormiguero
que se desplaza por la selva, arrasando cuanto encuentra a su paso, los chatarreros desmontaban los diferentes
estructuras metálicas de la carpa y las trasladaban, coordinadamente, hasta los
contenedores que, en cada esquina de la plaza, habían
dispuesto a tal fin, y luego, con idéntica premura, los subían a los viejos
pero disimulados camiones, en cuyos toldos podía leerse: “Cacaolat, el
alimento de los campeones”, u “Hoy no me puedo levantar, última temporada”.
La situación tuvo su punto surrealista,
cuando dos ancianas, que habían madrugado para pasear al perro, y que no dejaban de discutir, se pusieron a ayudarles:
-Coja de ahí, joven: con cuidado,
no se haga daño.
-Això no està bé, mira què et
dic, venen a treure-n’s el treball i, a sobre, els hi ajudem.
-No diguis tonteries: els necessitem
per que contribuexin a les nostres pensions. Si no diga’m: quants fills té el
teu Nebot?
-Si jo no sóc racista, però… -y
después de dudar unos segundos:- …que no hi ha feina per tots.
-Sí, però d’això no en tenen la culpa
ells, sino els altres.
-Quins altres?
-Doncs quins han de ser, els blancs, els aris.
-Però, quines vajanades que dius.
Què nosaltres no som blanques?
-Tú si que en dius de vajanades: mira’t-hi
bé: som negres, de tota la vida. Negres, com el nostre futur.
Los rumanos -pese a la extrañeza que en un
primer momento les produjo- aceptaron la ayuda de buen grado y, cuando acabaron la
faena, improvisaron una mesilla en un
extremo de la plaza y las invitaron (en realidad, también a nosotros, el equipo
de reporteros), a un café con leche y una bandeja de pastas típicas de su
región natal. Por ellos supimos que
destinaban el 0,7 por ciento de todo cuanto ganaban a la fabricación de hang
drums (ese raro instrumento de percusión similar a la marimba, de sonido
metálico pero armónico, compuesto de dos hemisferios de metal soldados, y que
suele tocarse -una vez situado en las piernas del ejecutante- con la punta de
los dedos, los pulgares o la palma de la mano, o mezclando las tres a la vez).
Al cabo de un rato nos despedimos y los
chatarreros partieron ordenadamente en sus camiones, mientras los trabajadores
empezaban a llegar y se preguntaban unos a otros por lo ocurrido. Los capataces
no cesaban de hablar por sus móviles (ninguno tenía menos de dos), y de dar o
recibir órdenes a través de ellos. Todo el mundo caminaba apresuradamente entre
las ruinas, mirando debajo de alguna lona, o pateando con rabia las tuercas y
tornillos esparcidos por el suelo. En
eso que abren la caseta de las herramientas y se encuentran a los seguratas atados
y amordazados, con los pantalones por los tobillos, …y con las cuchillas de
los patines de hielo incrustadas en el culo.
-Segueixo dient que no ha estat bé el que
hem fet.
-Tant se val, els calés acabaràn igualment
a la Xina –respondió una de las ancianas, mientras ofrecía su brazo a la otra,
y trasponían por el Carrer de les Moles.
-Ah, doncs mira, ara que dius dels xinesos...
Aupa Jose!!! Ya te difusioné por fcbk, y te he añadido a mi lista de blogs perpecstivescos en http://jugandoconlaperspectiva.blogspot.com/.
ResponderEliminarMi teléfono es el 806 que ya conoces. Si se pone Paqui, marca la tecla 5, 6 veces a ritmo de samba, y se pasará la llamada a mi skippy en modo vimeoconference.
siereselcobradordelfraccuidadoconelmorosodelcalzón