La noticia ha
causado una cierta extrañeza, porque no se trata, en este caso, de
una especie que vea amenazada su supervivencia; al contrario, si
antaño eran las liebres las que podían cruzar la península de
árbol en árbol, son ahora los miembros de esta especie los que
pueden hacerlo de grúa en grúa (aunque algunas de ellas se oxiden
al sol en estos momentos). No se descarta que en esta designación
haya habido sobres de por medio: una vez más se imponen las
consideraciones de Estado, y naturalmente, el interés turístico.
Se trata de una
especie autóctona extremadamente predadora: sus víctimas son
arrojadas al paro mientras ven devorados sus derechos sociales y
laborales. El Peperus Sobrecogedorensis actúa con gran crueldad e
inusual sangre fría (sus comunicados exhalan altas dosis de
indiferencia psicopatológica). Por otro lado, resulta tremendamente
nocivo para el medio: sus especímenes tienden a destruir totalmente
las condiciones de vida del entorno, momento en el que aprovechan
para emigrar, con el propósito de “velar por el desarrollo” de
la población, a países latinoamericanos o de la antigua Europa del
Este.
Su éxito adaptativo
se basa en el trabajo en grupo... de otros, puesto que ellos
raramente trabajan, dedicándose más concretamente al soborno y la
erección de infraestructuras y mausoleos sin objeto alguno, excepto
el de lucrarse con las comisiones cobradas a promotores y
constructoras. Suelen actuar en simbiosis con los consejos de
administración de las Cajas y con banqueros que, a su vez,
financian, no siempre legalmente, sus campañas electorales, donde
los Peperus se disputan la hegemonía con sus amigos/enemigos
naturales, los Socialistus Boyerensis, con quienes mantienen un
pacto de alternancia en el poder.
El Peperus
Sobrecogedorensis se caracteriza por la bolsa marsupial o marsupio
que lleva anexa, y donde guarda los sobres que recoge mientras
parasita a otras especies, fruto también de los intercambios que
mantiene entre miembros de su propia especie. El Peperus
Sobrecogedorensis hipnotiza a sus víctimas con mantras que incitan,
primero a la euforia, al endeudamiento y al orgullo patrio -como
“España va bien”-, después al remordimiento -como “Hemos
vivido por encima de nuestras posibilidades”-, y por último, a
cantinfleos sin sentido que conducen al aturdimiento de las víctimas
-como “La indemnización que se pactó fue una indemnización
en diferido…
en forma efectivamente de simulación,
o de lo que hubiera sido en diferido en partes de una… de lo que
antes era una retribución… tenía que tener la retención a la
Seguridad Social”.
Son
también grandes fetichistas y amantes del pasado, y en su fuero
interno, se consideran descendientes de aquellos que un día
partieron hacia las indias y regresaron con las riquezas usurpadas a
los moradores naturales de aquellos con los que accidentalmente se
tropezaron, riquezas que, como dijo Quevedo, fueron en Génova
enterradas (y en eso lo son -descendientes, decimos-, nadie puede
dudarlo: sólo hay que acudir a su sede). Por lo demás, la historia
se repite -de la búsqueda de El Dorado a la cultura del pelotazo-
sin apenas solución de continuidad.
En
Catalunya se desarrolla una variedad de la especie -y con la que
mantienen una relación, en apariencia, ambigua- conocida como
Pujolensis Andorranus. Esta especie, algo más evolucionada pero
menos numerosa, ha perdido el marsupio, por lo que se ve obligada a
efectuar continuos viajes a Andorra con el fruto de sus mangoneos
(comisiones a promotores y constructoras, práctica gemela a la de
sus congéneres de la meseta y el levante peninsular), a menudo en
bolsas de basura, dado que el Pujolensis es un antiguo marsupial
mucho más discreto, sin apenas hazañas bélicas que destacar.
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