martes, 21 de junio de 2011

S'HAN TRASPASSAT TOTES LES LÍNIES VERMELLES


Estación Final


Sorda, monótonamente, los usuarios recorrían los pasillos de la estación subterránea (las miradas rehuían deliberadamente el contacto) y, arrullados por las sedantes melodías del hilo musical, entraban en silencio y se acomodaban en los asientos, desplegaban el periódico o extraían un voluminoso libro del bolso; otros (aquellos que iban a permanecer de pie), se apiñaban hasta ocupar la mayor parte de la superficie útil del vagón, cuando éste se ponía ya en movimiento, después de realizar el pitido de rigor: un pequeño vaivén inicial molestaba apenas un instante.

     Había sentido –mientras se abrían las puertas- una punzada en la nuca: como si, desde algún lado, lo estuvieran observando; una especie de ultrasónica llamada perdida, invitándole a no entrar, que naturalmente había desobedecido, como, por otro lado, hacemos el noventa por ciento de las veces.

     Así que, casi no se extrañó cuando el metro no se detuvo en la primera parada del trayecto: los rostros se miraron estupefactos, desde ambos lados, e intentaron fabricar explicaciones a la medida. Pero, ¿por qué nadie les informaba? La extrañeza se transformó rápidamente en indignación: una señora, cuyo vestido y comportamiento encajaban sin dificultad con un estereotipo fabricado por una de las llamadas televisiones basura, se cagó varias veces en la puta, mencionó que probablemente el conductor se había dormido y que en cuanto bajara, le iba a meter un paquete al metro que se iba a cagar. Rápidamente, toda una serie de señoras (vestidas para aparentar menos edad) y adolescentes convenientemente tatuados y tachonados se congregaba a su alrededor.

     Unos inmigrantes, vestidos con ropas de trabajo, permanecían en silencio, y sólo ocasionalmente, compartían impresiones, inclinando ligeramente la cabeza del lado del interlocutor. En los asientos de enfrente, unas guiris perfectamente rubias y sonrosadas, extraían perfumes y ropas de marca de bolsas con logotipos y dibujos de diseño. Probablemente iban todavía borrachas, y no valoraban adecuadamente la situación, o quizá habían aprendido a relativizar las deficiencias de un país cuya reputación se había precipitado tan rápidamente.

     Lo cierto es que el metro no paró en la siguiente estación, ni tampoco en ninguna otra de la línea, y los nervios cundieron entre los viajeros del vagón, que intentaban inútilmente contactar con el mundo exterior (no había wifi, ni cobertura, y los altavoces no transmitían ningún tipo de mensaje).

     Y, cuando el metro iniciaba ya la tercera vuelta al trayecto, empezaron a ver, del otro lado, un profuso despliegue de medios policiales, ambulancias, bomberos, la prensa…

     Entre tanto, se había quedado dormido, o quizá permanecía sumido en una especie de duermevela, y se había preguntado si toda la vida no había sido sino ese viaje circular y sinsentido que ahora se escenificaba en toda su crudeza, y del cual parecía no haber escapatoria. Pensó también cómo se hubiera podido construir un mundo diferente, y, cuando creía salir de un largo túnel, se encontró de repente tendido sobre la arena de una playa.

     Un nativo, sorprendido, le preguntó cómo había llegado hasta allí. “En transporte público, respondió, ¿cómo si no?”
josé icaria
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Estación Final por José Icaria se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.
Basada en una obra en joseicaria.blogspot.com.

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