Curioso anuncio de una Academia para oposiciones a madero
Oposiciones a Madero. Con nuestro
equipo de profesionales lo conseguirás.
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remunerado.
Llevamos años haciendo que muchas
personas como tú, cumplan su sueño: dar leña y punto.
Contarás con los mejores
especialistas, un seguimiento completamente individualizado y una metodología
guiadapara que en poco tiempo puedas formar
parte del cuerpo de la Madera.
Para
ingresar en el Cuerpo Nacional de la Madera será necesario reunir los
siguientes requisitos:
Ser
español, español, español
Tener dieciocho años de edad (siempre,
aunque se haya nacido antes).
Tener
una estatura mínima de 1,65 metros los hombres y 1,60 las mujeres (se
aceptarán tallas inferiores siempre que en los psicotécnicos se compruebe
rabia acumulada a causa de discriminaciones e/y maltrato infantil u/o bulling,del inglés “buscar bulla”).
Este requisito se comprobará en la fecha en que los opositores comparezcan
a la realización de la prueba de aptitud física.
Estar en posesión o en condiciones de obtener el
Graduado en Educación Secundaria (o, al menos, saberse las respuestas de
carrerilla).
También se admite la Formación Profesional de
peón de albañil, el Certificado de participante en el concurso Gran Hermano, o Reallity
Show homologado.
Compromiso
de portar armas y, en su caso, llegar a utilizarlas, que se prestará a
través de declaración del solicitante.
No
haber sido condenado por delito doloso, ni separado del servicio del
Estado, de la Administración Autonómica, Local o Institucional, ni
hallarse inhabilitado para el ejercicio de funciones públicas (no
constituirán un inconveniente los delitos relacionados con peleas de
discoteca en el cumplimiento del deber, computándose el período laboral a
razón de 0’8 puntos por año trabajado como portero de la susodicha
discoteca u/o establecimiento reglamentario).
Estar
en posesión del permiso de conducción de la clase B (y tener el
correspondiente equipo de música instalado, así como acreditada soltura en
el manejo de posiciones chulescas al volante).
No lo dudes, si tu sueño es trabajar
cerca del imperio de la ley y del
Estado de Derecho, defendiendo los intereses de la clase adinerada y machacando
(por dinero), a tus iguales solicita información sin compromiso.
Fuente: Academia Mad-Euro http://www.oposicionesamadero.com/
http://blogs.publico.es/pablo-iglesias/ Mucho se ha cargado estos días contra las Unidades de
Intervención Policial, los antidisturbios, por su actuación el pasado día 25 en
Madrid. La tensión llegó hasta tal punto en las redes sociales, que el secretario general del Sindicato Unificado de Policía, un
histórico defensor de establecer la obligatoriedad de que los agentes lleven
siempre visible su número profesional, perdió los nervios y escribió desde su
cuenta de twitter cosas tales como: “para los de las identificaciones: no las
llevan y apoyamos que no las lleven ante organizaciones violentas. Leña y
punto”. Este twitt de Sánchez Fornet y algunos otros más desencadenaron un
movimiento de indignación general en la red y se abrió de nuevo el eterno debate
sobre la clase de policías que tenemos. El problema es que entender la actuación de la
policía el 25S como algo derivado del material humano que la compone, no sólo es
un error político mayúsculo, sino además una cortina de humo que esconde la
cuestión crucial: quien y por qué da las órdenes. Jorge Fernández Díaz y
Cristina Cifuentes deben de estar con gesto divertido viendo desde la barrera un
debate que sólo les ha tocado de lado. Hay que leer al Eduardo Galeano que nos recordaba
que el torturador es sólo un funcionario; un burócrata armado que pierde su
sueldo si no cumple eficazmente la tarea que le fue encomendada. Hay que leer a
la Hannah Arendt que escribía sobre el juicio al teniente coronel alemán Adolf
Eichmann, encargado de la organización de los transportes para el Holocausto
durante el periodo nazi, condenado a la horca en Israel. Arendt explicaba que
Eichmann no era un monstruo sanguinario a la altura de sus crímenes, sino más
bien un mediocre que se defendió en el juicio argumentando que sólo cumplía
órdenes. Hay que leer al Zygmunt Bauman que explicaba que lo verdaderamente
peligroso del nazismo no era la crueldad de los nazis, sino su capacidad para
organizar una administración estatal capaz de llevar a cabo, con la más fría
eficacia, el proyecto político del Tercer Reich. Digámoslo claramente; los policías son policías y
lo son en la Alemania nazi, en la República española, en la URSS, en los Estados
Unidos, en Islandia y en China. Y en todo tiempo y lugar la policía está para
cumplir órdenes. Habrá quien diga que en un Estado de
Derecho los policías deben estar comprometidos con la defensa de las libertades.
Eso estaría muy bien pero no es lo fundamental. A la policía no se le paga para
que piense, sino para que obedezca. Es indudable que habrá policías crueles que
disfruten pegando y policías de extrema derecha encantados de cargar contra
gente de izquierdas, pero también es indudable que habrá agentes demócratas y
sensibles que preferirían detener a banqueros antes que a la gente que protesta.
Pero insisto, esto no es lo importante. No hay que olvidar que los agentes son,
a lo sumo, peones en el tablero de juego político. Decían con amargura los
Habeas Corpus en “Cada vez más odio” que en
este mundo hay “casi tantas buenas intenciones como hijos de puta”. Precisamente
por eso, es absurdo pensar que el problema político de la represión se
resolvería separando a los policías “de buenas intenciones” de los “hijos de
puta”. Lo diré aún más claro: si alguna vez me tocara la
tarea de ejercer de Ministro del interior, de Delegado del Gobierno o de juez,
me importaría un pimiento lo que los policías pensaran de mí y de mis ideas; lo
que me preocuparía de veras es que obedecieran mis ordenes diligentemente así
como contar con el poder suficiente para que ninguno se atreviera a no hacerlo.
Si la orden es poner los grilletes a un banquero o al yerno del monarca apoyando
la rodilla en su espalda (como solemos ver que hace la policía con la gente que
detiene en las manifestaciones) la orden debe cumplirse así. Y en mi caso no
habría ninguna crueldad, sino una voluntad política inequívoca, la de enviar un
mensaje a los banqueros y a losyernos: que tengan miedo,
exactamente el mismo mensaje que Cifuentes y Fernández Díaz mandan cada día a la
gente que protesta. Sé que el poder tiene que ver también con el
convencimiento, pero cuando hay armas de fuego de por medio yo me fío más del
poder duro de la coerción que del poder blando de la hegemonía (qué razón tenía
Maquiavelo cuando le decía a su príncipe que ser amado está bien pero que es
preferible ser temido). Es cierto que la dominación sin hegemonía tiene fecha de
caducidad (después de leer a Maquiavelo y a Lenin hay que leer a Gramsci), pero
para el corto plazo es más eficaz el poder duro que, además, es la base para
construir después los poderes blandos de la ideología. Por eso hay que decir que los principales
responsables de las barbaridades que vimos el día 25, los principales
responsables de que hoy el Congreso haya vuelto a estar blindado como la franja
de Gaza, los principales responsables de que funcionarios públicos actúen
encapuchados y sin el número profesional visible, o de que se infiltren en
organizaciones legales, o de que gocen de total impunidad si incumplen la ley,
no son esos mismos funcionarios ni sus representantes sindicales, sino sus jefes
políticos. Incluso el más virtuoso de los sistemas sociales
necesitaría de policías que llevaran a cabo tareas desagradables; que sean buena
o mala gente es lo de menos. La decencia imprescindible en política es la de
quien da la orden. Sin embargo en nuestro país, por desgracia, la indecencia es
la palabra que mejor define a quien gobierna y manda a la policía.
Los
dos principales sindicatos policiales, el SUP y la CEP, han cargado
este jueves contra el Ministerio del Interior al que culpan de la
confusión creada en torno a los delitos de los que se acusa a los
detenidos en el 25-S.
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