A
la Txivi
Caminas sobre el filo
de la vida y la libertad,
sobre un viejo disco oxidado,
a 77 revoluciones por minuto:
cristales rotos crepitan bajo tus pasos
y la aguja deja un rastro
de sangre entre los surcos.
La música obsesiva de Robert Wyatt
te mece ahora, y flotas en el sueño,
en un cuadro de Magritte, o de Kandinsky,
y de nuevo, las fuerzas del lado oscuro truquen
de matinada, e irrumpen en el sueño:
¡¡¡POLICÍA, POLICÍA, POLICÍA!!!, gritan,
como gorilas mutantes: coreografía
de videojuego, las armas te apuntan con el láser.
Y la pesadilla se prolonga, mientras desciendes,
por túneles oscuros, en el sueño,
junto a José Carlos, Juan José, Yolanda y Xabier
(los llamados «Cinco
de Sabadell»),
acusados de enaltecimiento del terrorismo
y pertenencia a banda armada, te dice,
el funcionario; le dice, a Joseph K, en el sueño.
Desciendes por túneles oscuros, sinuosas galerías
(súbitos, metálicos portazos,
la cadencia de la pálida luz,
el eco mortecino de los pasos),
y eres arrojada, en régimen FIES,
a un angosto calabozo de paredes
viscosas y palpitantes. Uno. Dos. Tres...
Ciento veintitrés días.
Y de nuevo, emerges a la vida,
con renovadas fuerzas, con renovada ilusión:
la Idea viaja roja por las venas, e ilumina,
en la negra oscuridad. Y ahora,
la Txivi es una antorcha, la Txivi es una bengala
que vibra, en el tejado de una okupa,
y en todos se derrama, con su luz...
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