Once de Septiembre, año 2001
Han
caído las Torres
sobre
el tablero del mundo:
once
de septiembre,
año
dos mil uno.
Devoradas
por las llamas,
ardieron
durante
horas insoportables.
Los
gritos demenciales
casi
destacaban
sobre
los gritos habituales.
Al
final, frente a todo pronóstico,
se
desplomaron a media tarde.
Compendio
de horrores, compendio de males
-harto
frecuentes en nuestra historia-
caídas,
en vez de alzadas
-entre
humos, entre huesos, entre escoria-
como
un aciago monumento,
como
una cruda advertencia,
en los albores de un
nuevo siglo,
que
nace,
sin
excesiva fe en sí mismo.
Han
caído reyes,
han
caído cientos de peones:
la
sangre mana, sin cesar,
a
borbotones.
Pero,
¿dónde está la solución?
La
raíz del problema, ¿dónde?
Yo
me niego a seguir esta comedia, este horror,
esta tragedia,
de
niños consentidos que invariablemente,
apoyan
siempre al más fuerte.
Alfiles
enajenados,
corroídos
por el odio y la ambición,
envían
caballos alados
dispuestos
a inmolarse,
ansiosos
de arrojar excrementos incendiarios
sobre
la inerme población.
Y,
al final, cuando ya no quede nada,
nada,
-salvo
jirones de humo y arcilla seca,
derruidos
termiteros, esqueletos inciertos-
sobre
la yerma cuadrícula del tablero,
¿quién
habrá ganado la fenomenal batalla?
-¡Gana la banca!
...?
-Ni blancas ni negras,
¡Gana
la banca! -reirá la muerte,
cabalgando
jocosa una ilusoria L
sobre
el tablero desolado:
-JAQUE M ATE.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias. Ya le llamaremos.